Con una prosa exquisita, José Javier Hernández nos transporta a otra isla, no tan lejana en el tiempo, pero sí en cuanto a la experiencia vital de un mundo en el que los animales son el medio de transporte, los docentes son las personas más relevantes de los pueblos y las relaciones humanas son más intensas y profundas.
El necesario y lento viaje a través de la isla para el transporte de mercancías es el contexto en el que se desarrolla una trama que el autor ejecuta de forma magistral. Más allá de dar a conocer cómo era la vida de antes, su dureza, sus carencias, sus costumbres, nos aporta valores lingüísticos únicos, al recoger palabras de uso común antaño y que en la actualidad, bien por desuso, bien porque están asociadas a actividades ya casi desaparecidas, están a punto de ser olvidadas para siempre.
Agua de toronjil y caña santa es la historia de cuatro días de camino entre el norte y sur de la isla. Su protagonista es Antonio Manuel el Vilano que, junto a su mula, recorre los caminos antiguos transportando mercancías, lleva unas, trae otras, y donde cada paraje es un mundo, con sus vecinos, sus circunstancias, sus paisajes, sus historias. Un relato sobre la vida misma que, como tal, uno nunca sabe cómo ha de acabar...